Deambulando por las calles miraflorinas, que se atolondran por la próxima visita de grandes personalidades, voy en busca de entretenimiento cultural, poco antes de entrar a una conocida sala de teatro decido cambiar de opción y rechazar la invitación de Cattone para ver Monólogos de la vagina.
Es así como me dirijo, muy bien acompañado, hacia un bus que hace lerda su espera…(ojalá valga la pena, el cambiar las últimas butacas del teatro Marsano, donde está mas oscuro y donde nadie nos ve, por un transporte público que reprime mis calenturientos pensamientos).
Después de ser parte de una improvisada columna, donde abundan las señoras, seguramente exiliadas de la hora del té, y que me sonríen como colegialas alborotadas, me impaciento cada vez más. Una niña me toma del brazo y me dice joven, cómprele algo a su enamorada y yo, como autómata, respondo no es mi enamorada…aún. Cosa que mi acompañante enfatiza con una graciosa sonrisa.
El sonido estridente de algún hit rockero de los 80´s, interrumpe el sublime momento, y un curioso habitante del cono norte de la ciudad nos da la bienvenida, es Oscar, el cobrador y anfitrión de esta inusual puesta teatral, que rompe los esquemas de las tablas para trasladarnos a las ruedas, una vez dentro suben cada cierto tiempo los actores, que encarnan fielmente el comportamiento y costumbres mal adheridas de nuestra cultura: pop – cumbia –criolla.
Absalon Salón, un estilista que sueña dejar la peluquería en los Olivos y tener un spa en San Isidro, homosexual por cierto.
Choclita, aproximadamente 23 años, una desubicada que habla con el alta voz del Nextel, para que todos en el bus se percaten que su enamorado es un machista compulsivo.
La turista, italiana que quiere llegar a Monte-rico y buscar al Hombre-Perú de su vida.
Priscila, aspirante a convertirse en la nueva reina del medio día, por no decir Tula R.
Choclito: Típico criollo peruano, modelo de hombre machista y abusivo que pululan en nuestra capital.
Perturbado por las crudas coincidencias que intercambiaban los actores, no dejo de reír.
En algún momento empiezo a dudar que los quijotes de la actuación tengan un guión establecido, puedo ver en sus rictus, cuando no tienen parlamento (cuando se desconectan, como robots), que disfrutan lo que hacen y que su naturalidad es el fruto de 2 años de arduo trabajo.
La verdad es que a los espectadores, pasajeros del bus, no nos interesa el lugar por donde nos llevan, o mejor dicho: el recorrido. Estamos más entretenidos en la masacre a lengua limpia que adentro se vive.
Miro las manecillas de mi reloj y sé que faltan unos minutos para culminar "el recorrido". Nos detenemos en una luz roja y Absalon Salon se coloca una gorra y se quita lentamente el maquillaje, ya está llegando a su destino, y su padre no puede verlo como realmente es.
Todos los personajes recitan la parte cruda de sus vidas, esas que ocultamos por el que dirán y por amor propio.
La obra o flash back urbano (como yo lo denomino), llega a su fin y una canción de los Mojarras nos acompaña por las últimas cuadras, hacia el ovalo Gutiérrez.
Frunzo el ceño y recorro detenidamente los rostros, comprendo que todos hemos aprendido algo, ensayo una ligera sonrisa y reconozco haberme visto reflejado en cada uno de ellos.
El bus, de nuevo vacío, se aleja y se pierde, es muy tarde, hace frío y tenemos que irnos.
El momento ha sido grato, estamos "satisfechos", una vez en su hogar me despido de mi acompañante, como un caballero (modestia aparte), y me retiro mientras tarareo una de las estrofas de Triciclo Perú, ya en el paradero y dispuesto a pagar lo que sea para regresar a descansar, un Tico amarillo se cuadra delante mío, me acerco a la ventana y el chofer, entrado en años, me mira sonriente y se recuesta sobre su derecha, baja el volumen de su equipo y lanza el desafío habla Perú…vas?.
viernes, 2 de mayo de 2008
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